Opinión

Capital del espanto

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La célebre reconcentración es sin dudas uno de los pasajes más horrendos de la historia patria. Valeriano Weyler fue nombrado capitán general de la Isla de Cuba precisamente por su fama de hombre cruel capaz de llevar a efecto la última táctica para aislar al Ejército Libertador de sus fuentes de hombres y suministros.

Para ello, convirtió a las ciudades en verdaderos campos de concentración y exterminio donde almacenaban como fardos a los campesinos sin las menores condiciones para la subsistencia. Jaruco no escapó a esta barbarie. El investigador y escritor Germán Bode, en reciente conversatorio en la biblioteca Antonio José Oviedo en Jaruco, desarrolló un relato gráfico de la reconcentración en su pueblo natal, a partir de historias contadas por sus familiares sobrevivientes al Holocausto.

Narró Bode que los cuerpos cadavéricos se desplazaban sin rumbo por la otrora Plaza de Armas, hoy parque José Martí, la fiebre tifoidea y la viruela cobraban entre ocho y diez vidas diarias, y mujeres con senos estériles cargaban niños hambrientos mientras suplicaban en las ventanas un mendrugo para saciar el hambre.

Cientos de cuerpos se desplomaban en las calles con los vientres hinchados. Mientras, otros sin fuerza disputaban una rata o un perro enfermo para comerlos crudos. Bode recuerda escuchar de niño que su abuela había perdido contacto con sus hermanos que vivían en el campo, entre ellas las niñas Rosa y María, trasladadas a la fuerza hacia la capital en un carromato lleno de menores. Nunca más se supo de ellas

Según investigaciones del escritor jaruqueño en 1887 la jurisdicción de Jaruco contaba con un total de 12 182 habitantes. Sin embargo, datos del censo realizado por los interventores estadounidenses en 1899 reflejan que solo quedaban 4076, una merma del 70% de la población. En tanto las estadísticas hacen mención solo a 3272 infelices jaruqueños sin que podamos mencionarlos por haber pasado a la historia sin nombre y solo formar parte de un número de muertes que a ciencia cierta no sabemos como pudo definirse.

La reconcentración abarcó a toda Cuba pero en Jaruco tomó dimensiones relevantes al punto de que Alejo Carpentier en su magnífica obra de La consagración de la primavera menciona este genocidio cuando expresó: “Valeriano Weyler hizo morir a millares de compatriotas míos en sus campos de reconcentración, cuya capital del espanto fuera el Jaruco de las flores y montañas en escaleras, donde los cadáveres de muertos por hambre y por enfermedad se dejaban pudrir al pie de las ventanas por no tener energía suficiente, ni carros ni carretillas para llevarlos al hoyo”.

A las víctimas de la reconcentración en Jaruco se les perpetua en un modesto monumento erigido en el cementerio de la ciudad Condal, inaugurado por el cardenal Artiaga Betancourt, inaugurado en 1945 y que hoy da muestras de abandono. Cuidar el monumento y crear espacio para que el homenaje trascienda, sobre todo en las nuevas generaciones, fueron algunas de las recomendaciones dejadas por el distinguido Germán Bode en su pasada intervención.

Encomiendas muy válidas en el año del 255 aniversario de la declaración de Jaruco como Ciudad Condal. Los jaruqueños tenemos el deber de honrar a estos compatriotas que padecieron en los mismos lugares por los que hoy caminamos y devienen símbolos de todo lo que hemos tenido que sufrir por ganar y construir nuestra independencia.

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