Opinión

La calma que florece después de la tormenta

Visitas: 36

No siempre sabes en qué momento exacto se rompe algo dentro de ti. A veces solo lo sientes. Una especie de temblor silencioso que se queda instalado en el pecho, como si algo que antes estaba fijo, seguro, conocido… ya no encajara.

Y duele.

Duele profundamente, como esas heridas invisibles que nadie ve, pero que lo cambian todo por dentro. Lo cotidiano se vuelve extraño, lo simple se vuelve cuesta arriba, y cada paso parece un acto de resistencia. Te sientes extraviada en tu propia historia, como si hubieras olvidado el guión de tu propia vida.

Pero nadie nos enseña que el dolor también tiene su propio lenguaje. Que a veces, para encontrarnos, primero hay que perdernos. Que todo lo que duele también transforma.

Pasaste por ese túnel. Caminaste con los pies arrastrando cansancio, recogiendo pedacitos de ti que se quedaron en despedidas, en decisiones, en duelos que no tuviste tiempo de procesar. Y sin darte cuenta, creciste.

Creciste en el silencio. En la soledad. En esa intimidad contigo misma que antes evitabas. Y empezaste a descubrir cosas que antes no veías: que tu risa es una forma de resistencia, que tu ternura no es debilidad, que tus lágrimas limpian, pero también abren caminos.

Y entonces, un día cualquiera, casi sin anunciarse, pasó.

Despertaste y algo era diferente.
No fue una explosión de felicidad ni una epifanía perfecta.
Fue la calma.

Fue mirar por la ventana y no sentir el peso del pasado. Fue prepararte un café sin apuro, fue vestirte para ti, fue escuchar tu canción favorita y saber que la vida seguía. Pero esta vez, contigo al frente. Ya no sobreviviendo, sino viviendo. Consciente. Presente. Plena.

Y entonces miraste alrededor, y el paisaje era otro. No porque todo hubiera cambiado afuera, sino porque tú ya no eras la misma.

La herida se volvió cicatriz, y la cicatriz dejó de doler.
La tristeza se volvió aprendizaje.
El miedo, impulso.
Y el amor, ese que diste tanto hacia afuera, finalmente encontró su camino de regreso a ti.

Hoy estás en un lugar nuevo.
Un escenario que no imaginaste, pero que te pertenece.
Estás en paz.
Y esa paz no llegó sola: la construiste. La sembraste con cada noche en que elegiste quedarte contigo. Con cada «no» que dolió pero fue necesario. Con cada puerta que se cerró y que, aunque no lo sabías, te estaba guiando a la correcta.

Todo está a tu favor ahora.
No porque el mundo haya cambiado.
Sino porque tú lo hiciste.

Te convertiste en tu lugar seguro.
En tu brújula.
En tu hogar.

Y eso, amor, eso es un renacer.

✍ Yazmín Hidalgo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

RSS
Facebook
Twitter
YouTube
Telegram