Historias de mi pueblo

El juglar de la finquita Portilla

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Francisco Martínez Chao
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Con más 80 años a cuestas José Medina Pérez aún labra la tierra e improvisa décimas en serenatas y canturías, como si aún fuera el benjamín de la controversia en la erótica campiña de Jaruco, su terruño natal.

Ningún coterráneo o familiar le llama por su nombre. Simplemente le dicen Cheo, el del río, porque este guajiro bajito, bonachón y risueño, nació en las márgenes de unos de los afluentes del San Juan, cuyas aguas irrigan su fructífera finquita de Portilla.

A los 8 años de edad Cheo Medina ya improvisaba decimillas en guateques jaruqueños, mientras rasgaba las cuerdas de un añejo. Tres del abuelo materno, para asombro de las familias campesinas que asistían a aquellos cantares de sitierías, iluminados por las estrellas y la luna. Parece que este hombre, vestido siempre con guayabera de hilo y sombrero alón, desafía el trote del tiempo, porque sigue ágil de mente y de cuerpo cuando labra con la boyada la tierra o improvisa veloz el pie forzado en una fiesta guajira.

Vive orgulloso de su estirpe rural. Es uno de esos juglares de gestas campesinas que desandan improvisando décimas por cualquier lugar del Archipiélago Cubano, inspirados en los olores y luces del alba o fascinados cuando el sol comienza a perderse tras el lomerío jaruqueño.

Ni a caballo, ni en mulo, ni en carreta tirada por bueyes.

A pie este singular personaje camina casi seis kilómetros diarios para ir a la pega, como él dice. La vecindad le ve pasar rezando las décimas del café madrugador, hasta que su diminuta figura se pierde en la espesura del monte, para río abajo llegar hasta el sitio de labranza.

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