¡Ahí viene la diligencia!
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Si usted se atiene al titular pensará que va a leer una crónica sobre un filme del Oeste norteamericano, en el cual una banda de forajidos asaltará la diligencia que traslada para el banco de Kansas City un cargamento de oro, custodiado por el legendario Sheriff Pat Garrett.
Desconcertado pensará: ¿Qué relación existe entre el rancio Garrett, los pistoleros, el Oeste estadounidense y el pueblo de Jaruco?
En realidad el único vínculo en esta historia es la diligencia.
Reza en periódicos de la época que el 7 de Febrero de 1818 comenzó la transportación oficial de pasajeros entre San Cristóbal de La Habana y Matanzas, con escala en la Ciudad Condal de Jaruco. La vía utilizada era el camino real y el vehículo empleado una diligencia tirada por cuatro robustos caballos.
El viaje comenzaba en la madrugada del viernes en Guanabacoa y al filo de las dos de la tarde el carruaje arribaba a Jaruco, donde los tripulantes y viajeros pasaban la noche. El sábado a las nueve de la mañana La Berlina partía hacia las tierras del Yumurí, escoltada por una pareja de soldados españoles.
Por el coste del pasaje suponemos que los viajantes no pertenecían a las capas más humildes de la población, ya que este ascendía a una onza de oro por persona, sin contar el alojamiento, almuerzo, cena y desayuno en un hotel que existía entonces en el pueblo fundado por Don Beltrán de Santa Cruz y Aranda, Conde de Jaruco y Mopox.
Cuentan que una ordenanza del Regimiento de Caballería hispano se aposta en una pequeña elevación para avistar cuando la diligencia se acercaba. A todo galope regresaba a la Plaza de Armas. Frente al Ayuntamiento se erguía sobre la grupa y gritaba a todo pulmón:
¡Ahí viene la diligencia!