Bajo la lluvia, la lección más valiosa: el compromiso que no se moja.
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Mientras la persistente lluvia del pasado miércoles en la tarde empañaba los cristales y empapaba las calles de Jaruco, dentro del perímetro de la escuela primaria Raúl Hernández se libraba una batalla silenciosa y distinta. No contra los elementos, sino a favor de algo más perdurable. Allí, con brochas en mano y trapos de limpieza, los maestros y trabajadores de la institución no esperaron a que escampara para emprender una tarea que consideran prioritaria: engalanar, cuidar y preservar su centro docente.

La imagen no puede ser más elocuente. Frente a la idea de un refugio seco y cómodo, ellos eligieron el andamio, la escalera y el balde. La pintura fresca en los exteriores, aplicada entre chaparrones, no es solo una capa de color; es un mensaje. Es el símbolo tangible de un equipo unido que trasciende las obligaciones contractuales para abrazar una misión común. Su jornada no termina cuando suena el timbre de salida de los alumnos. Se prolonga en el cuidado de cada detalle que conforma el universo donde esos niños aprenden y crecen.
Este gesto, aparentemente simple, desvela la esencia de lo que debe ser una comunidad educativa. No se preocupan únicamente por el contenido de las clases, sino por el continente que las acoge. Entienden, con una sabiduría práctica admirable, que el buen ambiente escolar se construye también desde la estética, el orden y la limpieza. Un espacio digno, cuidado y alegre no es un adorno; es un agente pedagógico en sí mismo. Habla a los niños de respeto, pertenencia y orgullo por lo colectivo.

Los trabajadores y maestros de la escuela Raúl Hernández ofrecieron ayer, sin quizás pretenderlo, la lección más clara: la del amor propio por la profesión y por el lugar que se habita. Su esfuerzo bajo la lluvia es la metáfora perfecta de un compromiso que no se diluye con las dificultades. Mientras pintaban paredes, estaban, en realidad, cimentando valores. Mientras limpiaban, estaban preparando el escenario para que el aprendizaje florezca en un entorno de respeto y belleza.
Jaruco puede sentirse orgulloso. En su escuela primaria no solo se forman los futuros; también se conserva, con brocha gorda y mucho corazón, el presente de una enseñanza que sabe que la excelencia empieza por la puerta de entrada, y que para sembrar en las mentes de los niños, primero hay que cuidar el jardín donde crecen. Su ejemplo, nacido en una tarde lluviosa, merece un sol de reconocimiento.
