Opinión

Un gran amor de cuatro patas

Visitas: 479

Son las 6:00 a.m. El silencio todavía envuelve la casa, y solo se escucha el leve murmullo del amanecer que se cuela por la ventana. Entre sueños, siento algo tibio a los pies de la cama: una respiración suave, una presencia que conozco sin necesidad de mirar. Abro los ojos y ahí está con sus orejas atentas y su mirada luminosa dándome los buenos días como cada día, sin fallar, sin excusas, con la alegría pura de quien ama sin condiciones.

Se acerca moviendo la cola, ansioso por jugar, por llenarme de pelos y risas, por recordarme que la vida, incluso en sus mañanas más pesadas, siempre guarda un motivo para sonreír. Pero hoy parece percibir algo distinto en mí. Sabe, como solo ellos saben, que hay emociones latiendo más fuerte de lo normal. Se queda quieto un instante, me observa con esos ojos que hablan sin palabras y se acurruca junto a mí, como queriendo decir: “Estoy aquí. No necesitas fingir, no necesitas hablar. Solo respira.”

Y entonces lo hace: con un simple roce de su hocico, con el peso cálido de su cuerpo sobre mis piernas, logra calmar el torbellino dentro de mí. Es increíble cómo un ser tan pequeño puede tener un corazón tan grande, capaz de sostenernos en los días más fríos, de sanarnos con solo estar. Su amor no entiende de apariencias ni de tiempos, no pide explicaciones ni condiciones. Solo existe, constante, leal, inmenso.

Los perros…esas almas puras que caminan entre nosotros sin alardes, enseñándonos lecciones de amor y presencia cada día. Son más que mascotas: son compañeros de vida, guardianes de nuestros silencios, testigos de nuestras risas y de nuestras lágrimas. Nos esperan, nos consuelan, nos celebran. Y en cada mirada, en cada gesto, nos recuerdan lo esencial: que amar y ser amado no necesita palabras.

Porque cuando un perro se acurruca a tu lado al amanecer, no solo te está dando los buenos días; te está recordando que siempre hay luz, incluso en los días nublados. Que en su compañía, el alma encuentra descanso. Que en su lealtad, la vida se vuelve un poco más hermosa.

Detente un momento y mira a tu perro o recuerda a aquel que alguna vez te acompañó.Observa su mirada limpia, su entrega total, su manera de vivir el presente sin miedo ni rencor. Ellos no piensan en el pasado ni en lo que falta; solo disfrutan el instante y aman con todo su ser. Tal vez ahí esté la lección que tanto buscamos: vivir con la misma pureza, amar sin reservas y agradecer cada amanecer como si fuera un regalo.

Yazmín Hidalgo
Últimas entradas de Yazmín Hidalgo (ver todo)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

RSS
Facebook
Twitter
YouTube
Telegram