Eco de un corazón que teme sentir
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Muchas veces, cuando nos acercamos a alguien que nos gusta, lo hacemos con el alma abierta… pero no con la voz firme. El miedo a sentir, a expresar, a decir “quiero esto”, “quiero más”, “no quiero esto”, nace de la idea de que provocar una respuesta vulnerable puede resultar en rechazo, en dolor… o en incertidumbre.
Pero ¿qué es realmente el miedo sino la sombra de una esperanza que no se ha atrevido a tomar forma?
Un casi algo no siempre es una limitación; muchas veces es la manifestación de alguien que quiere cruzar la línea del miedo, pero aún no sabe cómo hacerlo sin perder el control de lo que siente.
La vida es corta, demasiado corta. Hay quienes pasan décadas refugiados tras palabras no dichas, abrazos que no se dieron, sentimientos que nunca salieron al mundo por temor a que no fueran correspondidos. Vivimos en un momento donde el amor se consume en “qué pasaría si…” y no en lo que podría ser.
Y ahora que este año se está acabando, uno siente aún más ese tirón interno. El calendario nos recuerda algo que a veces olvidamos: el tiempo no se detiene para esperar que superemos nuestros miedos. Se va, silencioso, mientras dudamos.
Nos regala oportunidades disfrazadas de personas que llegan de repente, momentos que nacen sin aviso, instantes que podrían transformarlo todo…si nos atreviéramos a vivirlos.
Y el próximo año está ahí, a la vuelta de la esquina, limpio, nuevo, abierto como un libro sin escribir. ¿Vamos a llenarlo de “casi”, de dudas, de silencios…o de decisiones valientes, de experiencias reales, de lo que de verdad queremos sentir?
Compartir risas, miradas y silencios… eso es vivir. Eso es abrir la puerta del alma, aunque solo sea un poco. Y sin embargo, muchos se detienen justo ahí: en la entrada de lo que podría ser algo más profundo, más intenso, más verdadero.
¿Por qué? Porque el miedo no siempre viene de la falta de sentimientos, sino de la inseguridad de enfrentarlos, de ponerlos en palabras, de arriesgarse a que el otro no responda igual.
Pero la vida…la vida no espera. La vida ocurre en los abrazos que nos damos, en las noches en que no queremos soltar la mano de alguien, en los silencios que se llenan de significado sin que una sola palabra sea pronunciada. La vida transcurre mientras pensamos si ese “casi” será suficiente o si nos atrevemos a transformar ese casi en un sí, entero, real y compartido. Y quienes solo miran desde la barrera, no porque no sientan, sino porque temen sentir demasiado… viven con la pregunta en el pecho hasta el último día.
Amar es un acto de valentía.
Sentir es un acto de valentía.
Decir lo que se siente sin saber si será devuelto… eso es vivir.
Y vivir no solo existir es uno de los desafíos más hermosos y difíciles que podemos enfrentar.
Porque al final, lo que recordamos no son los silencios, ni los “casi”, ni las dudas que nos detuvieron. Lo que recordamos son los momentos en que fuimos valientes…los momentos en que sentimos con intensidad, aunque no tuviéramos garantizada la reciprocidad. Los momentos en que, a pesar del miedo, dijimos lo que sentimos y lo dejamos ahí, libre, verdadero, sin cadenas.
Y si alguien puede sentirlo, lo sentirá contigo.
Si alguien puede expresarlo, lo hará contigo.
Si alguien puede construir contigo, lo hará paso a paso, con coherencia, con cuidado, con intención.
Entonces, sí… no se trata de evitar el miedo. Se trata de entender que el miedo solo existe cuando estamos a punto de hacer algo que vale la pena.
Y cuando sentimos intensamente… eso ya es vivir.
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