Corazones al bate
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¿Acaso el béisbol y el Día de las Madres entrelazan sus destinos? Quizás sea una pregunta sin respuesta, un misterio . Pero lo que sí resonó con la fuerza de un jonrón fue el juego de pelota tejido entre las madres y los pequeños guerreros del equipo de Leonel Medina Galán. Un regalo bordado con sonrisas y lágrimas, para esas heroínas que sostienen sueños y alientan cada paso, por audaz que éste sea.
La jornada estuvo desbordante de emociones . Las lágrimas silenciosas, de las que yo también fui parte, marcaron en el estadio al ver a los pequeños, entregar a cada progenitora una postal rosada. Un gesto sencillo, pero con la fuerza de un abrazo eterno, que acarició la fibra más profunda de cada corazón presente. Un obsequio conjunto, un tesoro inesperado , también llegó a mis manos. Y fue imposible contener el torrente de gratitud, ante la mirada sincera de esos niños y las palabras cálidas y generosas del «profe» Leonel.
El juego comenzó, los niños, con el bate empuñado , desafiando la gravedad; las madres, en el terreno, protegiendo las bases. Entre risas que danzaban en el aire , abucheos juguetones y las sabias enseñanzas de los entrenadores, la jornada estuvo cargada de momentos inolvidables. El Estadio Celso Taboada vibraba con cada paso. Caídas que se convertían en lecciones, errores que enseñaban el camino, deslizadas valientes en segunda y home, hits que rompían el silencio , carreras que encendían la esperanza . Y por encima de todo, la alegría, la pura y genuina diversión.
La lógica del juego, el conocimiento sembrado con paciencia y la práctica incansable, dieron la victoria a los pequeños pupilos de Leonelito, quienes arrasaron con el equipo contrario. Pero la derrota, para las madres, tuvo el sabor dulce de la victoria , porque el verdadero premio residía en ese tiempo compartido , en esos momentos robados al tiempo, junto a sus hijos, nietos y sobrinos. El béisbol, ese deporte que nos une, fue el pretexto perfecto para regalar a mamá un día diferente, donde la pasión por el juego se entrelazó con el amor incondicional .
El sol y la fatiga del sofocante calor fortalecieron lazos invisibles. Las madres, por un instante, se pusieron en los zapatos de sus hijos, sintiendo la adrenalina al pisar el diamante. Comprendieron, en carne propia, las razones por las cuales, a veces, no logran pegarle a la pelota. Entendieron que nada reconforta más que anotar una carrera , sentir la aprobación en la mirada de los entrenadores y el aliento sincero del público.
Después de dejar el alma en el terreno, después de vivir un espectáculo que es una montaña rusa de emociones, las familias se reunieron alrededor de un festín de arroz amarillo , del cual emanaba el aroma del hogar . Y así, el béisbol, con su magia y su encanto , se convirtió en el regalo más hermoso para todas las madres.