La ternura también cura
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Existe algo profundamente sanador en lo suave.
En un mundo que muchas veces aplaude la dureza, que premia al más fuerte, al más productivo, al que “aguanta sin llorar”, la ternura parece fuera de lugar. Se la confunde con debilidad, se le mira con desconfianza. Pero hay una fuerza inmensa en el gesto tierno. Una fuerza silenciosa, que no grita, pero transforma.
La ternura es ese lenguaje que no necesita palabras. Se manifiesta en una mano que se posa en el hombro justo cuando más lo necesitas. En una mirada que te dice “estoy contigo” sin necesidad de hablar. En un mensaje que llega sin pedirlo. En el tono de voz que baja cuando la herida está abierta.
Cuando estamos atravesando momentos difíciles, a veces no queremos consejos, ni soluciones, ni grandes discursos. A veces lo único que necesitamos es que alguien nos mire con dulzura, que no nos apure, que no nos juzgue. Que se quede ahí, presente, en silencio si hace falta, como diciendo: “No estás solo”.
La ternura es medicina. Repara desde lo más profundo. Nos recuerda que no necesitamos ser perfectos para ser amados. Que está bien sentir miedo, estar cansados, necesitar ayuda.
Y también es importante ejercitar la ternura hacia nosotros mismos. Decirnos con paciencia: “Hoy hiciste lo mejor que pudiste”, “Está bien descansar”, “No tienes que demostrar nada”. Porque hay batallas que nadie ve, y sin embargo, las libramos cada día.
Ser tierno no es ser débil. Es tener el coraje de seguir siendo sensible en medio del dolor. Es conservar la capacidad de cuidar, de conmoverse, de acompañar con delicadeza. Es, en muchos casos, un acto de resistencia.
No subestimemos nunca el poder de lo suave. En un abrazo, en una palabra amable, en una caricia, puede habitar una pequeña revolución.
La ternura también cura. Y a veces, es justo lo que el alma necesita.
Yazmin Hidalgo