Opinión

El dolor que tal vez nos hace libres

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Quizás uno de los adiós más desgarradores es aquel que ocurre cuando nuestro corazón está entregado a alguien, pero nuestra razón reconoce la imposibilidad de formar un vínculo equilibrado y nutritivo junto a esa persona. Nos encontramos entonces en un momento de profunda reflexión donde los sentimientos y la lógica libran una batalla interna entre permanecer o alejarse.

Permanecer significaría continuar en la eterna espera de transformaciones que probablemente nunca sucederán, soportar comportamientos que nos hieren, conformarnos con esfuerzos mínimos y, paradójicamente, extraviarnos a nosotros mismos en el intento desesperado por no perder a esa persona. Con frecuencia, nos aferramos a la ilusión de que las circunstancias mejorarán eventualmente, aunque la experiencia nos demuestre lo contrario.

En ocasiones, la decisión de alejarse no surge por ausencia de amor hacia esa persona, sino porque el amor hacia uno mismo impulsa a cuidarse. Y es desde ese amor que se produce la partida. Elegir marcharse no representa falta de afecto hacia el otro, sino un acto de valoración personal que nos permite decir: «Me aprecio lo suficiente para no tolerar más sufrimiento».

En el contexto de una despedida dolorosa, donde el corazón y la razón mantienen una tensión constante entre permanecer o partir, la minimización del sufrimiento expresada en comentarios como «deja de llorar por alguien que no te merece» o «búscate otro para que lo superes rápido» opera como un obstáculo psicológico que entorpece el proceso de sanación. Estas frases, aunque bienintencionadas, invalidan la experiencia emocional y generan consecuencias que afectan la salud mental.

El acompañamiento en el duelo requiere evitar imponer soluciones, priorizando en cambio la escucha activa. Frases como «Estoy aquí para escucharte» o «¿Qué necesitas en este momento?» permiten crear un espacio seguro donde la persona procese sus emociones sin presión. Este enfoque facilita la reestructuración cognitiva es decir, la capacidad de redefinir la experiencia de manera significativa, integrando la pérdida en su narrativa personal. Paralelamente, reforzar el amor propio mediante afirmaciones como «Tú mereces ser feliz» o «Confío en que encontrarás tu camino» ayuda a fortalecer la autoestima sin invalidar el dolor presente.

Comprender es aliviar: cuando entendemos que a veces amar profundamente no es suficiente si viene acompañado de constante sufrimiento, decidimos, aunque duela, abrazar poco a poco el dolor. Vivir el proceso de duelo en cada una de sus etapas con o sin ayuda, sin pensar en el tiempo que podamos demorar para sanar, nos permite reconstruirnos. Comprendamos los duelos y necesidades de los demás, pero sobre todo comprendámonos a nosotros mismos, sin miedo a la crítica externa y sin miedo a lo que pueda suceder si decidimos enfrentar ese umbral de oscuridad.

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