Cuando amas tanto que eliges comprender
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A veces soltar no es una decisión que nace del cansancio o del hartazgo. A veces soltar es un acto de profundo amor.
Porque hay momentos en los que la vida pone a la persona que amas frente a una puerta nueva. Una oportunidad.
Un sueño. Un camino que no te incluye…al menos no como tú esperabas. Y en lugar de aferrarte, decides abrir tus manos, aun con el alma temblando.
Y no porque ya no sientas. Justamente porque sientes tanto, eliges no interponerte. Eliges no pedir que se quede a medias, no suplicar que renuncie a su vuelo por quedarse contigo en el suelo. Comprendes, aunque duela, que su felicidad también es importante, incluso si no te lleva en ese equipaje.
Soltar, en esos casos, es una forma elevada de amar. Es decir: “te quiero tanto, que aunque me duela, no voy a retenerte. Voy a permitir que sigas tu camino, porque lo mereces, aunque eso me deje un vacío.”
Y claro que duele. No hay forma elegante de romper con lo que el corazón todavía llama “hogar”. Pero hay una paz que llega después, cuando entiendes que hiciste lo correcto. Que no sacrificaste tu amor, sino que lo expresaste en su forma más pura: la libertad.
Soltar así no es perder. Es crecer. Es elegirte a ti también, después de elegir al otro con respeto. Porque aunque ya no estés en su historia, mereces seguir escribiendo la tuya, sin quedarte atrapada en lo que pudo haber sido.
Hoy, si te toca soltar a alguien a quien amas profundamente, hazlo con ternura. Llora si lo necesitas. Pero no olvides: lo hiciste desde el amor. Y eso, ya es un acto de grandeza.

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