La ruralidad como raíz y futuro.
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Addys Hernández
La ruralidad no es solo campo y tierra, es una forma de vida, con cultura que palpita, economía y memoria colectiva.
El campo es el lugar donde nacen los alimentos que sostienen las ciudades, pero estos para crecer y fructificar necesitan más que agua y fertilizantes, requieren de un entramado de tradiciones y saberes que no se generan y transmiten a distancia sino con los pies en la tierra.
China es una potencia tecnológica indiscutible, sin embargo, en sus planes de desarrollo más recientes, colocó como prioridad nacional la revitalización rural para dar salida a uno de los primeros lineamientos de su Partido Comunista, la soberanía alimentaria.
No se trata solo de incrementar producciones, sino de lograr que la gente quiera quedarse en el campo. Para ello, ha desplegado estrategias que dignifican la vida rural: mejora de servicios, educación popular, conectividad digital, apoyo a cooperativas y, sobre todo, respeto por la identidad campesina. El objetivo es claro: que el campo no sea sinónimo de atraso, sino de oportunidad.
En Cuba erróneamente durante décadas el enfoque fue otro. Se promovió el desarraigo rural con intenciones de modernidad.
Muchos campesinos sucumbieron a la tentadora oferta de cambiar sus casas de guano por confortables apartamentos en comunidades de edificios multifamiliares. Atras quedaron la letrina artesanal, el farol carretero y la tabla de palma, pero dolorosamente también las nuevas generaciones crecieron alejadas de la ubre de la vaca, la herradura del caballo, del frontil y del yugo, del puerco y del palmiche, de la luna en menguante, de la soga, la polaina y de sus propios ritmos.
Las luces de la ciudad, el asfalto y la escalinata universitaria se mostraron tentadoras para muchos hijos de campesinos que decidieron no regresar porque la vida rural es dura y para quererla hay que crecer con el rocío entrando por cada poro al cantío del gallo.
Aquello que parecía modernización terminó siendo, en no pocos casos, una pérdida de saberes, de vínculos, de autonomía.
Y eso es muy peligroso para un país agrícola que necesita no solo tierra fértil, sino de gente que la ame, la entienda y la defienda.
Hoy, más que nunca, necesitamos repensar la ruralidad. No como un espacio que quedó atrás, sino como un territorio que puede liderar el futuro. Fomentarla implica reconocer su valor, invertir en ella, y sobre todo, escuchar a quienes todavía la habitan porque sin campo no hay comida, sin campesinos no hay cultura guajira y sin ruralidad viva no hay país que se sostenga.
En la realidad cubana de hoy la canasta familiar normada es cada vez es más escasa. En contraste, el boniato y la calabaza antes consideradas comidas humildes, alcanzan precios de lujo, entre otras factores, porque cada día son menos las familias y los jóvenes que apuestan por el campo.
Ofrecer facilidades para invertir en la tierra y comprar recursos imprescindibles. Simplificar procedimientos para la adquisición de parcelas, extender buenas prácticas y hacer que los proyectos universitarios recorran sin baches el trayecto entre el evento científico y el surco, es lo que está orientado y se resiste a caminar con prisa.
Muy importante es que se le preste el debido interés a las causas y condiciones de este fenómeno a todos los niveles porque revitalizar el campo y fomentar la ruralidad no es atraso, sino una manera mirar con profundidad hacia el futuro de Cuba.
